Un vez más
al regar las plantas me cautivó una nueva orquídea
florecida. Esta vez era una de esas raras miniaturas, que tras mucho abonar y
verificar si le gustaba su nuevo lugar, había decidido darme su aprobación con
unos nuevos retoños y una pequeña flor.
Había tan sólo pasado una semana de aquella mañana en la que yo
había quedado cautivada con otras dos especies majestuosas, que luego de un
largo tiempo de tenerlas también habían florecido y las había capturado con la
cámara, compartiéndola vivazmente en todas las redes sociales. Es por tanto que
al florecer la mini, pues todavía tenia el reciente recuerdo y sin procurarlo,
automáticamente, vino la comparación.
¿Cuantas veces nos hemos comparado a otra persona; por los rasgos
físicos, condiciones, logros? ¿Cuantos de nosotros no hemos visto esa imagen
sacada de un póster de promoción de una feliz familia compartiendo un almuerzo
dominical, en la que todo es armonía, serenidad, elegancia y risas de complicidad,
y hemos extrapolado un suspiro de nostalgia?
Las comparaciones crecen en nuestra mente y desarrollan en
nuestros interior un mal que no percibimos, que se instala como la mosquita
blanca por debajo de las hojas con una imperceptible capa blanca, dando así la
apariencia de salud al contemplar la planta, pero que lamentablemente tomará un
largo y fastidioso proceso de recuperación y casi siempre una buena poda, para
volver a su estado inicial.
Una de las mejores herramientas que hemos encontrado para combatir
la titánica tarea de no compararnos con los demás, es hacer periódicamente un
ejercicio de agradecimiento en el cual componemos, como en una sinfonía,
aquellas cosas que nos hacen sonreír y que ya tenemos en nuestra vida. Una
buena taza de café, una risa de alguien que amo al despertar, un lugar a donde
ir cada día – cosas básicas aparentemente – pero que nos ayudan a valorarnos y
proteger, como aceite fungicida, nuestra mente, nuestro corazón y nuestras
emociones, de la ira y del resentimiento.
Finalmente, pude contemplar en su particular esplendor aquella nueva
especie y maravillarme simplemente del perfecto y elaborado trabajo del
creador, confirmando una vez más la autenticidad y exclusividad que poseemos
cada uno de nosotros…Unicos e irrepetibles.
Gracias Señor porque cada día te tomas el tiempo de regalarnos
minutos irrepetibles y momentos especiales por los cuales sentirnos
agradecidos.
¿Cuantas veces nos hemos comparado a otra persona; por los rasgos
físicos, condiciones, logros? ¿Cuantos de nosotros no hemos visto esa imagen
sacada de un póster de promoción de una feliz familia compartiendo un almuerzo
dominical, en la que todo es armonía, serenidad, elegancia y risas de complicidad,
y hemos extrapolado un suspiro de nostalgia?
Las comparaciones crecen en nuestra mente y desarrollan en
nuestros interior un mal que no percibimos, que se instala como la mosquita
blanca por debajo de las hojas con una imperceptible capa blanca, dando así la
apariencia de salud al contemplar la planta, pero que lamentablemente tomará un
largo y fastidioso proceso de recuperación y casi siempre una buena poda, para
volver a su estado inicial.
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